viernes, 15 de abril de 2011

ZAMORA EN LOS AÑOS 50

ZAMORA, CIUDAD DE TRADICIÓN Y EMPORIO DE RIQUEZA
LA PROVINCIA IGNORADA
REVISTA DE REVISTAS
26 DE NOVIEMBRE DE 1950

UN REPORTAJE DE DOMINGO REX
FRAGMENTO



         "Hemos ido a la ciudad de Zamora, del estado de Michoacán, bajo la influencia de los peores prejuicios. ¿Zamora? Nadie nos había proporcionado referencias exactas sobre lo que es y representa. Antes, por el contrario, algún amigo de la tertulia de café nos había declarado con tono indiferente: -Sí, un pueblucho de mala muerte…
         Pero el nombre, de tantas resonancias españolas, nos atraía irresistiblemente. Y hacia Zamora fuimos en uno de estos días maravillosos del invierno mexicano, gracias a la gentil invitación de un generoso y dilecto amigo.
        Embobinaba el Buick en sus ruedas centenares y centenares de kilómetros. Unas veces, en interminable recta por los anchos y cultivados valles; otras, enroscados en ovillo por las alturas montañosas de Mil Cumbres. Pasamos Zitácuaro, nimbado de claridad y sencillez. Saludamos respetuosamente las piedras ilustres de Morelia, antigua Valladolid, y el automóvil corrió con más velocidad en el último tramo del viaje, como deseoso de despejarnos la mente de prejuicios injustificados y absurdos.
         Ya antes de llegar a la ciudad, nos sorprendió contemplar al lado de la carretera una espléndida antena de Estación Radiodifusora. ¿Cómo un pueblo de tan escasa importancia podía contar con una instalación técnica de aquel porte?
         Penetramos por una calle recta y ancha, con pulcros edificios de planta baja. A través de las puertas, ofrecíanse unos patios amplios rodeados de columnas y embellecidos con flores. De trecho en trecho, divisamos antiguos templos de esbeltas y airosas torres. Desembocamos al zócalo, grande y risueño, con su templete en el centro, su cuidada arboleda y la cristalina sinfonía de los pájaros. A un lado, los clásicos portales con los confesionarios de sus quiscos dulces, los deliciosos dulces zamoranos. A otro, una hilera de casonas viejas y emocionantes, con sus fachadas desnudas de afeites indecorosos. Y a la cabeza del zócalo, la Catedral de Piedra, graciosa y gentil como una joya, con dos torres afiligranas que parecen piezas buriladas de ajedrez.
         Nuestro primer paseo por Zamora nos permite hacer algunas observaciones interesantes. Interesantes, porque desvanecen totalmente los prejuicios que traíamos. Hay, en primer lugar, una extraordinaria animación. Todas las calles principales que recorremos están concurridísimas. Tanto, que en muchas capitales de Estado no se registra un tránsito tan denso. No hemos visto pobres ni gente mal vestida. El cielo es intensamente azul y la temperatura tiene caricias de primavera. Una nota espiritual ofrece la rinconada de la Catedral. Es aquello una estampa sobria y amplia de muros obscurecidos por los años. Se llama “Plaza de Miguel de Cervantes”.
         No conocemos la potencialidad económica de Zamora, su nivel de vida, sus inquietudes y ambiciones, pero la primera impresión que brinda al forastero es la de una gran ciudad de vigoroso ritmo. Las realidades que observemos en unos cuantos días, nos dirán si es cierta esta sensación optimista del primer contacto.
         Durante mucho tiempo, Zamora no debió pasar de ser un modestisimo burgo. Y decimos esto, porque la obra de evangelización no se inicia hasta el siglo XVIII -1716- en que hacen su aparición los primeros franciscanos. En el mismo lugar donde hoy se encuentra el templo de San Francisco, empezaron aquellos religiosos su ardua y fecunda obra de catequesis. Y ganando almas para cristo y sustrayendo horas a su descanso, lograron elevar el templo que hoy contemplamos reconstruido, pues que un incendio destruyó su nave principal. La edificación data del año de 1791. quedó intacta, casi por milagro, la airosa y original torre que se alza a la derecha de la portada. Y decimos original porqué el último cuerpo de la construcción finge la silueta de un fraile, con su cabeza encapuchada, el abultado habito de amplias mangas y sus pies firmes sobre el campanario, da una singular emoción en las horas misteriosas del anochecer.
         Cerca de San Francisco, se yergue otro de los templos de más enraizada tradición zamorana. Nos referimos a la iglesia de El Calvario, que sirve de fondo a una concurrida y céntrica artería de la ciudad, tiene una graciosa armonía con sus dos torres rematadas por prismas, la sencilla balaustrada que corona la portada, su anchuroso atrio y los altos araucarias que sirven de estilizados centinelas. En el interior de la Iglesia de El Calvario se conserva y venera una imagen extraordinaria que testimonia el sentido fecundo de la obra evangelizadora de los franciscanos. Es un Cristo de gran tamaño y de excelente factura, ejecutado por los indios tarascos con medula de la caña de maíz. La figura simbólica del Redentor está en esa imagen transida de mexicanidad porque nada hay tan nacional como esa planta, ni nada tan popular y genuino como las manos de los indígenas.
         Queda por contemplar en el primer recorrido por Zamora, la elegancia familiar del templo catedralicio, que albergó en sus naves al primer obispo de la Diócesis en 1864 y la Casa del Pozo, el edificio más antiguo que se conserva. Es en esta construcción sobria y pobre, agrietada y silenciosa, con un ancho patio rodeado de columnas de madera y un modesto barandal en su único piso. Sobre el color de la techumbre ennegrecido por los siglos, destaca el inmaculado, el maravilloso cielo azul de Zamora. Nosotros hemos recordado los clásicos patios de las posadas españolas. La casa del Pozo, sin embargo, tiene un aspecto de mayor soledad y abandono. Parece una bisabuela acurrucada silenciosamente en un rincón y entregada a la manía de los recuerdos. Lejanos tiempos en que albergó en sus estancias suntuosas damas con rostro de camafeo, altivos corregidores e ilustres virreyes!
         Zamora fue rica desde su fundación por gracia de Dios. Pero tuvo que pasar mucho tiempo para que su enorme riqueza natural llegase a valorizarse cumplidamente.
         La importancia de Zamora desde el punto de vista económico, apenas data de medio siglo. Quizá menos. Sin temor a equivocarnos podemos afirmar que el verdadero florecimiento de Zamora coincide con la construcción de la Carretera México-Guadalajara. Antes, las cosechas agrícolas  de Zamora, no podían llegar a los mercados de consumo por insuficiencia  de vías de comunicación. Pero surgió el camino con todo el sentido revolucionario que entraña la posibilidad de llevar la producción al torrente circulatorio de la economía nacional en unas horas y Zamora despertó al instante de su letargo y puso en pie sus reservas vitales y entusiastas.
         Desde esa fecha, la ciudad se abrió paso entre los grandes centros agrícolas del país. Aumentaron año con año las cosechas, se intensificó la industria y el comercio, afluyeron hombres de iniciativa de los estados comarcados y verdaderos rios de oro se derramaron por todos los hogares de la población, pocas ciudades de México pueden permitirse el lujo de asegurar lo que allí oímos.
         -Tenemos- nos dicen los zamoranos- un millonario por cada 1,000 habitantes.
         Para el cálculo del lector, informamos que Zamora cuenta con 30,000 pobladores. (…)"

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